La agricultura mirando al mañana
6 de septiembre de 2010
Así en el Bicentenario el agro enfrenta un nuevo desafío.
Junto con el cobre y los poetas, lo que siempre ha distinguido a Chile en el mundo es el aporte de su agricultura.
En tiempos de la Conquista, durante la Colonia y en épocas más recientes, el país se ha dado maña para aprovechar su naturaleza -que tiene climas y territorios únicos para la producción agrícola- y desarrollar sus riquezas propias, las que trajeron los conquistadores y las que se internaron posteriormente. Con maña de huaso ladino consiguió establecerlas, cultivarlas y exportarlas, primero a los vecinos, después a California y Australia; y hoy, con grandes adelantos tecnológicos, a todo el mundo.
El Bicentenario sorprende a Chile con cerca de 300.000 hectáreas con frutales, que producen más de 800 variedades, y cerca de 120.000 con viñedos. Con retornos, durante 2009, para los envíos de fruta fresca sobre los US$ 3.000 millones; para los vinos, US$ 1.381 millones; la carne de cerdo, US$ 368 millones; las de aves, US$ 260 millones, y US$ 2.300 millones para los alimentos elaborados. Así, al finalizar la primera década del siglo XXI ya exporta 12 mil millones de dólares en alimentos a más de 100 países.
Varios de los productos que hoy están en el mundo nacieron de especies propias, pero a lo largo de 200 años el patrimonio de especies y variedades se fue modificando, algunas se perdieron y otras aparecieron y se transformaron en el potencial de lo que Chile puede hacer en los próximos cien años. Junto a ella también cambiaron las prácticas y la forma de hacer agricultura.
Una historia de cambios
Según Pedro León Lobos, encargado del Banco Base de Semillas del Centro Experimental Vicuña, del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA, a la llegada de los españoles, los pueblos indígenas habían desarrollado un rica cultura agrícola, gracias a la influencia incásica, como lo reportaron los primeros cronistas.
Jerónimo de Vivar, entre 1539 y 1558, escribió "Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile", donde registró el cultivo, por parte de los indígenas del centro norte, de maíz, papas, porotos, pallar, zapallo, algodón y quínoa, además de un cereal nativo hoy extinto y el uso de las semillas de madi, una planta silvestre, para obtención de aceite comestible y alimento.
La crónica cuenta que los indígenas basaban su dieta en el consumo de varias especies nativas, principalmente a través de la recolección, como la frutilla, los frutos del chañar; el algarrobo; el molle, el maqui, la palma chilena (coco), el queule, de cuyo fruto los indígenas hacían una miel y también un brebaje; los piñones de araucaria, los frutos del avellano chileno y la zarzaparrilla, entre muchos otros.
A esa riqueza nativa los españoles añadieron cultivos de cereales, hortalizas y frutales del Mediterráneo.
Claudio Gay, el naturalista francés contratado en 1830 por el Gobierno de Chile para estudiar la agricultura, flora, fauna y geografía de Chile, en el Libro Historia Física y Política de Chile. Agricultura. Tomo Segundo, consigna: "Pudo Pedro de Valdivia llevar el trigo a Chile y generalizarlo lo bastante para que al cabo de tres años pudiese la cosecha producir más de un millar de fanegas (una fanega equivale a 55,5 litros)". Pronto se extendió a las provincias.
Según Jerónimo de Vivar, el trigo lo habría traído Rodrigo de Araya, quien erigió el primer molino de Chile, en 1548, en una ladera del cerro Huelén, hoy Santa Lucía. De Araya sería el primer viticultor de Chile, según lo consigna el Acta de Fundación del Vino Chileno, contenida en el Archivo General de las Indias, creado en 1785 por orden del Rey Carlos III, para centralizar la documentación de las colonias de España. "Hay viñas y en ninguna parte de las Indias se ha dado tan buena uva como en esta tierra; hácese muy buen vino. El primer hombre que lo hizo fue un vecino que se dice Rodrigo de Araya, y así mesmo fue el primero que trujo trigo a esta tierra".
Aunque en esto hay algo de controversia. "En las cartas de Pedro de Valdivia vemos que en 1551; es decir, 10 años después de su llegada, se comían uvas en Santiago y La Serena, y que en 1555 las había en suficiente cantidad para fabricar un poco de vino", dice Gay.
Además del trigo y la vid en los primeros años del descubrimiento y conquista de Chile, los españoles introdujeron el cultivo de melones, repollo, lechugas, rábanos, cebollas, ajos, zanahorias, berenjenas, perejil, acelga, cardo, lentejas, garbanzos, habas, cebada, cilantro, albahaca, hinojo, poleo, ruda, mostaza, cáñamo, además de berro, anís y lino.
Entre los frutales que trajeron, según Vivar, estarían la higuera, granado, naranjo, lima, cidra, membrillo y manzano. Gay añade que casi todos los frutales de Europa existen en Chile desde el tiempo de los conquistadores, salvo el guindo, introducido en 1605.
La llegada del olivo a Chile hace pensar que la picardía del chileno es bastante antigua. Según relata el mestizo Inca Garcilaso de la Vega (1609), esquejes de olivo fueron traídos desde Lima, Perú, sustraídos clandestinamente desde una plantación realizada por Don Antonio de Ribera, quien "trajo años antes desde Sevilla, España, dos tinajones llenos de estacas de olivo, las cuales no sobrevivieron más de tres"... "En esta heredad plantó Don Antonio de Rivera los olivos, y para que nadie pudiese haber ni tan solo una hoja para plantar en otra parte, puso un gran ejército que tenía más de cien negros y treinta perros. Acaeció que... le hurtaron una noche una planta de las tres, la cual en pocos días amaneció en Chili..., con tan próspero suceso, que no ponían renuevo, por delgado que fuese, que no prendiese y que en muy breve tiempo no se hiciese muy hermoso olivo".
Desarrollo sin freno
Durante la Colonia (1598-1810), la agricultura comenzó a cobrar importancia como actividad económica y llegó a ser un ejemplo para los otros países de la región. El trigo se transformó en la principal producción -clima y suelo aseguraban alto rendimiento y calidad- y a fines del siglo XVII se exportaban grandes cantidades a Perú. En esa época otros cultivos, como viñas, lino y cáñamo, comenzaron a tener importancia y otros comenzaron a llegar: sandía, apio, espárragos, puerro, espinaca y arvejas. En frutales desembarcaron durazneros, ciruelos, damascos, perales, avellanos, castaños y paltos.
La palta por ser de Centroamérica es probable que haya sido traída desde México, al igual que la guayaba. La lúcuma, que es de los valles interandinos de Perú y Ecuador, al igual que la chirimoya y el pepino dulce, es posible que fueran traídos en la época de la Conquista o Colonia desde Perú, aunque no se descarta que hayan sido cultivados por los incas y aimaras en el norte de Chile, indica Arturo Lavín, investigador en fruticultura de INIA.
La fiebre del oro que vivieron, hacia 1860, California y Australia, los convirtió en los mejores mercados chilenos para una producción de trigo que abastecía el mercado interno y ya había saturado el peruano. Tal era el auge del cereal, que en 1840 se puso en operación la primera trilladora fabricada en Chile. Incluso, en 1874, el trigo chileno llega en grandes cantidades a países europeos. En la época, además, el maíz mandaba en los campos chilenos, aunque ya se encontraba bastante lenteja, poroto, cebada, papa y arveja.
Alrededor de 1850 llegan al país la remolacha junto a la avena y centeno.
Además, a inicios del siglo XVIII aparecen la tuna, la chalota, el puerro, el camote, la pastinaca y el salsifi, estos dos últimos prácticamente desaparecidos. En 1851 se introducen las primeras cepas de vides francesas al país; el níspero del Japón llegó en 1831, mientras que el kiwi aparece en la década del 60 traído por Carlos Muñoz Pizarro y, posteriormente, en 1979, el arándano, por Carlos Muñoz Schick.
En la segunda mitad del siglo XIX, la creación de la Quinta Normal de Agricultura, por la Sociedad Nacional de Agricultura, fue clave en la modernización de la agricultura de la época, ya que a ella llegaron nuevas variedades y nuevas especies. Algo similar ocurrió con la creación de la Estación Experimental de la SNA en Paine, que no sólo se abocó a la evaluación de variedades introducidas desde el extranjero, sino que a la generación de variedades propias. En este período, la agricultura sigue desarrollándose aunque fuertemente afectada primero por la Guerra del Pacífico y luego por las guerras mundiales, acota el Dr. Carlos Muñoz, investigador de INIA.
La revolución verde
En respuesta a los problemas de hambre en amplias zonas del mundo y la falta de alimentos en los países subdesarrollados, a mediados del siglo XX se gestó la denominada Revolución Verde, promovida por agencias internacionales y gobiernos, que cambió la forma de hacer agricultura en el mundo y contribuyó a la modernización del agro en Chile. Mientras por un lado los chilenos viajaban a aprender a Estados Unidos y Europa, en el país se fortalecía la investigación agrícola y el desarrollo tecnológico. Aparecen organismos como el INIA (en 1964) y se crean programas de mejoramiento genético que desarrollan variedades de mayor rendimiento y más resistentes a plagas y enfermedades.
"Esto permitió un incremento significativo en el rendimiento de los cultivos. Por ejemplo, los del trigo, maíz y arroz en Chile aumentaron entre 200 y 400 por ciento desde fines de los años sesenta a la fecha. Sin embargo, fue también necesario aumentar considerablemente el uso de insumos, como fertilizantes, plaguicidas y agua de regadío para obtener los mejores resultados. Por estas últimas razones la revolución verde, independiente de sus beneficios, ha tenido consecuencias ambientales negativas, como la contaminación del agua y de los suelos por nitratos y plaguicidas", señala Pedro León Lobos.
La revolución verde puso énfasis en aumentar las producciones para resolver la falta de alimentos en el mundo. Pero el fantasma de la falta de alimentos siguió presente y la necesidad de mejorar la calidad de los cultivos, llevó a la aparición de nuevas técnicas como la biotecnología.
Los avances, a través de herramientas como los marcadores moleculares, acelera el proceso de mejoramiento genético de cultivos y el desarrollo de otros nuevos y provoca una nueva revolución en el agro. Una que en los países desarrollados se está orientando hacia la generación de cultivos que funcionan como verdaderas fábricas biológicas -biorreactores- para la producción de alimentos nutracéuticos, funcionales, farmacéuticos y compuestos químicos naturales para biocombustibles, plásticos biodegradables y otros. Y si bien Chile siempre está a la vanguardia en producción agrícola, en esta área aún está en pañales.
Los retos del futuro
Así, la agricultura sufrió una transformación total en la que pasó de ser sustituidora de importaciones a una actividad moderna, volcada a la exportación, en suma un jugador relevante en el circuito internacional del comercio agrícola y de alimentos.
"Esa transformación, sin embargo, no le ha llegado en forma equitativa a todos los sectores. Hay rubros que todavía no logran esa transformación profunda. Sobre ellos se abre un gran desafío en rubros tradicionales como las carnes rojas, para que puedan sumarse a esta nueva agricultura", señala Guillermo Donoso, director del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA.
Esa situación también afecta al sector productivo de la pequeña agricultura, que está rezagado y no tiene la participación que le correspondería.
Por eso, Donoso plantea como desafío sumar a ese sector para que alcance los estándares de la agricultura moderna, productiva y rentable.
Otro reto es enfrentar el decaído valor del dólar que nace en parte del éxito de la agricultura de exportación. Para eso se requiere lograr mayores eficiencias productivas. "Buscar sistemas más mecanizados y hacer una gestión de la mano de obra más eficiente y modificar el diseño de los huertos", señala Donoso.
También ve como importante necesidad el contar con variedades propias, porque en forma creciente, con el avance de la protección de la propiedad intelectual, ya no se podrán usar variedades libremente, a no ser que se paguen altos royalties por ellas. En eso les cabe un rol importante al INIA, universidades e institutos de investigación.
Pero no es el único desafío del agro chileno del mañana.
La convivencia es uno de los grandes temas. Se trata de que en el escaso suelo convivan la agricultura biotecnológica, la orgánica y el free range (método de crianza no confinado de animales de granja), porque ahora en el campo hay un nuevo integrante dando órdenes: el consumidor, que establece qué quiere comer y cómo debe ser producido.
De paso la naturaleza también está reclamando por un sobre uso y está pasando la cuenta con remezones como el aceleramiento del cambio climático que al introducir altibajos profundos en los mínimos y máximos de la temperatura y precipitaciones impactan en forma brutal en la agricultura. Chile está entre los que ya viven parte de ese cambio: desplazamiento de cultivos a nuevas zonas abren y cierran oportunidades.
En este escenario, se vuelve urgente desarrollar variedades de cultivos adaptadas a todas estas nuevas condiciones. Y necesita adecuarse rápido -como lo hizo a mediados del siglo pasado-- no sólo a los cambios productivos impuestos por el clima, sino también a los nuevos y cambiantes requerimientos ambientales -como las huellas del agua y de carbono-; las sociales -con las buenas prácticas-, sumando tecnología y calidad para adecuar sus producciones a las demandas por salud y bienestar.
"De ahí vienen los desafíos y obstáculos en los que la innovación, la transferencia tecnológica y el emprendimiento pasan a tener un rol clave, porque cuando el negocio no es el de siempre significa que hay que ser capaz de anticiparse y resolver los problemas. Eso requiere que si la fruticultura y los vinos se van tener que mover más al sur -por mejores opciones o porque no va a haber suficiente agua o por temas medio ambientales- van a tener que buscar nuevas variedades, o enfrentar más incidencia de plagas o enfermedades porque la temperatura va a subir. Eso representa un tremendo desafío porque habrá que movilizarse a otros suelos", señala Eugenia Muchnik, directora de la Fundación de Innovación Agraria.
Habrá entonces que dedicar recursos para producir lo que sea más valioso, de más alta calidad y que sea más difícil de conseguir fuera de Chile.
"Tenemos que, simplemente, reforzar la identidad de los alimentos chilenos. O sea, hoy por hoy no tenemos ganada esa identidad, aunque queramos creer lo contrario; y como vamos a seguir siendo chicos, vamos a tener que generar productos de alto valor para que puedan pasar la prueba de la blancura de las huellas del agua y de carbono.
Tendremos que desarrollar productos superiores para tener consumidores cautivos que quieran nuestra marca, que quieran nuestra identidad. Todo eso representa un esfuerzo que podemos realizar", agrega Muchnik.
Está claro que Chile tiene un enorme potencial de desarrollo para los próximos 100 años. Pero también tiene una tremenda muralla: la falta de respeto a la propiedad intelectual. Para el genetista y fitomejorador Erik von Baer es clave contar con esta protección para el desarrollo de nuevas especies propias y exclusivas que dejen a Chile en una nueva posición en el mundo y que, incluso abran la puerta de nuevos tipos de exportaciones.
"Hay un potencial enorme, pero si no se tiene un marco legal que proteja todo esto, no se va a desarrollar nunca. El país debe decidir si da el paso o se queda en el subdesarrollo", señala el premio a la Innovación 2008 Revista del Campo-FIA.
Hay que destinar recursos a lo que es difícil de conseguir fuera de Chile.
El prodigio nativo
El inventario de los recursos genéticos nativos del Banco Base de Semillas de INIA encontró que cerca del 30% de las plantas chilenas son o han sido usadas por el ser humano para diversos fines. Por ejemplo, sobre 500 especies tienen algún uso o propiedad medicinal y sobre 200 un potencial alimenticio y ornamental.
Maíz y papa, la riqueza patrimonial que perdura
"La diversidad de los cultivos precolombinos, como es el caso del maíz, papas, porotos y quínoa, es probable que se haya mantenido, e inclusive incrementado. A pesar de esto, actualmente se produce una proporción muy baja de la diversidad de cada una de estas especies. Por ejemplo, actualmente cultivamos y consumimos a gran escala los clásicos maíces diente de caballo y choclero. Sin embargo, existen en el país al menos 24 tipos o variedades de maíces distintos, que varían en tamaño color y forma del grano", señala Pedro León Lobos.
Algo similar sucede con la papa. En el país no se cultivan muchas variedades comerciales de papas distintas, aunque las oficialmente inscritas por el SAG suman 105.
Las variedades de papas más cultivadas son Desireé, Cardinal, Romano, Pukará, Panda, Yagana-INIA, entre otras.
Sin embargo, Chile es reconocido por ser un centro de origen de la papa, concentrando en el archipiélago de Chiloé una gran diversidad con sobre 200 variedades locales de distintos colores, tamaños y formas. Es el caso también del poroto, que tiene una gran diversidad de tipos distintos, incluida una raza propia, la raza Chile, que representa un sexto de la diversidad a nivel mundial de este cultivo.
"A partir de algunas variedades de estos cultivos se podrían desarrollar otras nuevas para consumo directo o usos industriales en nichos de mercado específicos.
Se están haciendo esfuerzos, especialmente para promover e incorporar en el mercado las papas chilotas. De hecho, más del 90% de las variedades modernas cultivadas en el mundo tienen genes provenientes de las papas chilenas.
Para evitar la desaparición de estas variedades, el INIA y la Universidad Austral conservan semillas de estas variedades antiguas y nativas", señala el especialista.
La herencia altiplánica
En el período prehispánico, el altiplano chileno era parte del Imperio Inca, el que poseía una cultura agrícola avanzada, caracterizada por el cultivo en terrazas. Además de la quínoa, papa, maíz y zapallo, se cultivaban el amaranto, las raíces y tubérculos andinos como la oca, el olluco, mashwa, maca, así como la caigua, el locoto, aji amarillo, uchuba o capulí, tomate de árbol y el tumbo.
Hoy muchos de estos cultivos han desaparecido o son reemplazados por cultivos modernos.
En el caso del tomate, por ser su posible centro de origen México y Perú, aunque no es mencionado por los primeros cronistas, es probable que ya haya estado presente a la llegada de los conquistadores. Claudio Gay consigna su amplio cultivo en Chile hacia 1830.
Gran parte de los alimentos traídos por los españoles siguieron cultivándose y expandiéndose durante los siglos posteriores, aunque algunos decayeron en importancia, como el berro. Otros prácticamente desaparecieron, como el hinojo y mostaza llegando incluso a asilvestrarse y transformarse en malezas, como el cardo y el hinojo.
"Todas las variedades de los cultivos traídos por los conquistadores probablemente correspondían a variedades locales antiguas propias de las regiones cercanas a los puertos de origen de donde los barcos zarpaban. Lamentable, gran parte de la diversidad genética -representada en distintas variedades para cada cultivo-, se ha reducido si no perdido", señala Pedro León Lobos.
Fuente: Revista del Campo - El Mercurio.